ExtraUrbano es el nombre que en algunas regiones de América Central se le da a los buses que transitan entre ciudades, pueblos y aldeas. Aunque se les va el tiempo por las bucólicas carreteras del tercer mundo, su característica principal es que su relación con lo urbano, más que por su oposición a lo rural, es posible sólo por su devenir en aquellos espacios otros que se encuentran más allá de lo urbano; esos alterespacios, esas cosmópolis más que urbanas. Estos buses no son una cosa en sí misa. Son dos, por lo menos. La mayoría de ellos se muestran gigantescos, recios, apestosos, fuertes, hermosos, anárquicos e incontrolables. Son varias las ánimas que vagan prematuramente en el inframundo gracias a estos díscolos demonios. Las autoridades han hecho muchos intentos por regularlos, por “urbanizarlos”, pero su naturaleza multidimensional, ruda y agreste les permite librarse más frecuentemente de la ley que de los accidentes mortales.
Los extraurbanos son un devenir sin retorno, que resiste a quedarse anclado en un lugar en el espacio o un instante en el tiempo. Son una identificación extraña, ya que para ellos la identidad es muy diferente a la humana. Los hombres, por naturaleza, son reaccionarios. Se odian primero para luego reconocerse en el otro e identificarse mutuamente. Después, los humanos se aferran a tótems sagrados y hacen de ellos mitos, religiones, pueblos y naciones.
Los extraurbanos, por el contrario, ven a su pasado con un amor nada romántico y hasta con cierto desdén. Este es un amor muy diferente al amor subliminal que los humanos profesan por el pasado. Es un amor no melancólico, no neurótico, no faltante. A ellos lo que realmente les interesa es llegar primero a la próxima curva. Y, como todos sabemos, por regla general, esa curva siempre está en el futuro. El amor de los buses extraurbanos es, por suerte, esquizofrénico.
Esta forma de identificarse con lo que viene y no con lo que fue tiene que ver con su historia de vida. Los extraurbanos han sido modificados en su totalidad; son una especie de Frankenstein narrativo, algo más que humano. Para poder correr alegres por las carreteras de Centroamérica, primero tuvieron que morir en el norte. Antes de ser extraurbanos, durante largos años, transportaron a sucios, bulliciosos y molestos escolares en algún flemático suburbio de Estados Unidos. Tras ser dados de alta, migraron a las tierras centroamericanas a vivir una segunda vida, una vida mejor, en el mundo del mañana.
Extraurbano es un proyecto que pretende seguir los principios fundamentales que guían a estos inquietos buses. Es un proyecto etnográfico, estético y político que busca dislocar los márgenes de lo sensible y reconfigurar los espacios de la descripción antropológica, sociológica e histórica. Queremos explorar mundos diversos en esos espacios heterotopológicos en los que se reencuentra la vida cotidiana con sus esporádicos destellos de rebeldía e inconformidad. De ahí que, al igual que con los buses que nos inspiran, nos interese crear organismos formados por multiplicidades, intercalando géneros, disciplinas y estilos de producción y socialización del conocimiento. Nos gusta ver a nuestros proyectos como cuerpos irreductibles de los que emerge una segunda vida, un nuevo cosmos en el cual se reconfigura el espacio de visión producido desde una coautoría permanente.
Estamos comprometidos con una idea muy sencilla. La política se encuentra en todos lados, especialmente ahí, donde es más inesperado, en lo minúsculo. Queremos hacer una mirada microscópica de este macro-mundo, en donde lo sensible ha quedado clausurado en el imaginario. Queremos romper esa clausura que divide el texto académico del mundo de lo ordinario. Queremos que lo ordinario colonice, inversamente, la academia. Extraurbano es una visión no policíaca de la carretera, de la ciudad y del campo. Extraurbano es una mirada no canónica, más sí experimental, de la etnografía sensorial.
Alejandro Flores